Llega puntual como siempre, citada cada año a primeros de diciembre en Mérida. Es una dama misteriosa, fascinante, encantadora, atractiva, ... Durante las horas matutinas descansa junto al río, y confunde a nuestros ojos, privándolos de la misma monótona visión cotidiana. En su casa infinita repleta de visillos blancos colgando del techo, reside una invitación para perderse entre ellos y, así, aparecer luego al otro lado, despierto y con la cara fresca, recién lavada.
Esta señora ataviada con su mascara de plata, casi siempre, al llegar la tarde, nos regala un poco del dorado y maravilloso sol de invierno.
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