Hace unos días subí de nuevo a una elevación que hay cerca de la
carretera que atraviesa la Sierra de la Oliva, entre Oliva de Mérida y
Palomas. Ya había estado allí a primeros de marzo atraído por la imagen
de este pino solitario; y encaramado a un resalte rocoso tomé unas
fotografías de este árbol.
Cada vez que pasaba en coche y lo avistaba, me sorprendía su figura, único y aislado ejemplar de su especie
en aquel lugar, y siempre me preguntaba
cuantos años llevaría allí y como habría llegado hasta esa ubicación:
si de la
mano del hombre o por algún método natural de propagación.
Siempre
lo había visto como a un superviviente: azotado por el viento y el frío
durante los meses invernales y
asolado por el calor durante el estío,
soportando estoicamente y sin ningún apoyo todas las inclemencias
meteorológicas.
Las
fotos de marzo no me gustaron mucho. Ni el fondo colaboraba a destacar
su figura ni el enfoque quedó
todo lo fino que yo hubiera deseado.
Esta
vez, en cambio, tanto el cielo del fondo como el enfoque (nitidez) me gustan más,
pero sin embargo me da
la impresión de que sus hojas no están tan verdes
como hace unos dos meses y medio.
Ahora,
cuando observo las diferencias que muestran sus hojas en este transcurso
de tiempo, me pregunto si será
capaz de sobrevivir
mucho tiempo más o si las pocas hojas que le quedan pronto dejarán desnudos los tallos que las sustentan, como supongo que pasó con las
ramas inferiores. Está solo, ... pero seguro que si le pones música, lo verás bailando al grito de "sobreviviré" (I will survive).
DSLR, 70-200 mm f2,8 a f8- 1/320 s. ISO 200
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